Miro fijo, con recelo, en silencio. Creo que nadie me ve y
observo de reojo, volteo, luego vuelvo a mirar, y sigues ahí. Estático, inmune,
como estatua. Humedezco mi boca, un sorbo o tal vez dos de saliva. Te sigo en
el pensamiento y sin embargo no somos nada, no somos viento, no somos aire. No
quiero que me quieras, no necesitas que te ame, que te hable, que te cuide. No
necesitamos vida y sin embargo huimos de la mano en contra de la muerte,
desesperanzadamente enamorados del vivir, del día a día, de ser miserables. Reíamos
y llorábamos, todo a la vez porque se nos acababa el tiempo, de soñar, de gritar,
de viajar y vivir. Me miras de reojo, sin pena, sin amor, complicidad que vive
en los dos, en la memoria, en el olvido.